martes, 4 de abril de 2017

El Retrato

Así suelen ser las cosas.
Hace pocas semanas he cumplido 34 años. Soy ya una mujer bastante grande pero de ningún modo una anciana. He nacido en Florencia, eso casi todos lo saben. Y aún no he podido tener hijos. Mis padres tienen una finca en las afueras, en la zona de Campi Bisenzio, bastante lejos del Arno y del Ponte Vecchio.  Allí disponen de una casa de nueve habitaciones,  un monte de olivares y una pequeña plantación de nueces que se ha ido agotando a lo largo de los años.      
Las dificultades de dinero son muy grandes para ellos y hace mucho tiempo que han dejado de ser ricos.
Unos años atrás me ofrecieron en dote a un comerciante del lugar  y terminé por casarme con él en la Iglesia de Santa Genoveva de Trieste.
Es un hombre que suele comerciar con extrañas regiones alejadas de Florencia, como Anatolia, Beirut o Alejandría y que está muy ocupado en sus negocios de compra de telas y pieles que luego vende por toda Europa.
La cuestión es que jamás me tocó.
Nunca tuvimos relaciones.
 Yo he sido una especie de figura que decora su actividad social y que da realce a sus reuniones y negocios pero nada más que eso. A veces pasa meses enteros en Venecia y cada tanto (si las guerras lo permiten) viaja con sus mercancías a Turín y a la ciudad de  Génova.
Hace poco decidió encargar dos retratos.
Uno para él, con el fondo de una galera veneciana y otro para mí en la sala de estar o en la recámara. Para eso contrató a un pintor del lugar que tiene su estudio a orillas del Arno y me pidió que colaborara en todo lo que  fuera necesario.
Entonces comencé a concurrir a su taller, junto a mi dama de compañía, todas las mañanas.
El hombre me sentaba cerca de la ventana, en una silla bastante dura y se dedicaba a observarme casi con obsesión. En especial me miraba los labios y los ojos y a veces estaba más de una hora simplemente mirando mi rostro.
Aquellas actitudes me desconcertaban un poco y  eran demasiado extrañas para mí.
Con el tiempo llegamos a entendernos de una manera casi íntima. El apoyaba su pulgar en mi mentón y luego dirigía mi rostro hacia el ángulo de luz que deseaba. Por momentos hasta pensé que estaba enamorado de mí pero pronto me di cuenta que era una opinión equivocada
Lo obsesionaban los reflejos de la luz y a veces hacía afirmaciones que no comprendía del todo.
Estaba todo el día posando para él. 
Se fijaba mucho en mis ojos, pero también anhelaba (según decía) poder lograr un cierto efecto luminoso para  que mi  sonrisa desapareciera al ser mirada de manera directa por cualquier observador.
–Sólo trato que lleguen a verla –me dijo un día - cuando la vista de la gente se fije en otras partes del retrato.
Y yo por momentos pensé que estaba un poco loco.
A veces, por las mañanas, solía beber junto a él un té negro de Ceilán que le gustaba mucho. Era un hombre zurdo, sumamente austero, que solo comía vegetales y que utilizaba su mano izquierda al pintar de una manera inigualable.
Pronto le confesé de mi matrimonio no consumado y el comenzó a llamarme (con dulce ironía) “Madonna”
Al año de estar posando me dijo que ya no era necesaria mi presencia en su estudio y entonces dejé de concurrir a visitarlo.
Hoy me acabo de enterar que ha muerto.
Gente allegada me ha informado que hace tiempo que ha terminado su trabajo pero que por razones que desconozco jamás se lo entregó a mi esposo.
Hoy simplemente recuerdo esos tiempos en que posaba para él.
Los tiempos en que me recibía en su taller,  con esa especie de aura de luz que lo rodeaba, mientras sonreía y pintaba mi retrato junto a la ventana.
Los tiempos en que me esperaba en la entrada diciendo
– ¿Cómo está Madonna Lisa?
Y luego me invitaba a una taza de té negro de Ceilán por la mañana.



©Safe Creative2015

8 comentarios:

  1. Sabes, seguro que esa aura de luz provenía de su MUSA hechizante y hechizada. Fluida y bien coordinada narrativa. La historia es, por demás, hermosa. Admiro la riqueza de tu vocabulario tan selectivo y, a la vez, tan accesible por lo bien que lo empleas en tu discurso escrito. Un abrazo full, mi amigo tan amado. SOFIAMA

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  2. Gracias Sofy. Ciertamente singular la historia de aquella mujer, a solas tanto tiempo, posando para el genio. Me alegra que te haya gustado.

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  3. Genial, Néstor, un relato magnífico. Un argumento ingenioso tratado con suma delicadeza. Uno se ve tentado, cuando aparece ese pintor, a evocar el famoso retrato, pero solo se tienta, hay que esperar hasta que aparece la pregunta final para confirmar la sospecha. Una verdadera joyita.
    Felicitaciones y un abrazo!!
    Ariel

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  4. Gracias Ariel. Quise hacer una especie de ejercicio literario acerca de aquella historia artística, casi una leyenda e imaginarme, un poco, a Lisa Gherardini, esposa del Giocondo en el estudio del maestro extraordinario.

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  5. Te agradezco RECOMENZAR. Eres muy amable. Un abrazo.

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  6. Muy bueno Néstor. Un relato distinto a lo que nos tenés habituados. Coincido con Ariel en que uno va "adivinando" la historia a medida que avanza en el relato por sus semejanzas con la realidad, pero lo confirma al final

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  7. Ese fue el propósito Guille. me alegra haberlo alcanzado. Abrazo.

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